martes, 8 de junio de 2010

Declaraciones: Javier Cercas, Tribuna en El País

La puñetera verda


Es una pena que la discrepancia entre Almudena Grandes y Joaquín Leguina a propósito de un artículo de este último (Enterrar a los muertos, EL PAÍS, 24-5-2010) no haya provocado un debate articulado sino solo un agrio intercambio de acusaciones; también es una pena que la discrepancia radique en un punto sobre el que no hay discrepancia posible, porque hace tiempo que fue zanjado por los historiadores: es imposible equiparar el terror del bando franquista con el terror del bando republicano durante la Guerra Civil, al modo en que lo hace Leguina, porque el segundo duró el tiempo que el Gobierno legítimo tardó en tomar el control de su zona y se practicó sin su aprobación (o al menos sin su aprobación explícita), mientras que el primero duró toda la guerra y fue organizado por las autoridades como parte de una guerra de exterminio; dicho de otro modo: equiparar la España leal con la España rebelde porque en ambas se cometieron crímenes es una aberración similar a equiparar el Estado democrático con ETA porque el Estado democrático creó los GAL. No obstante, hay en el texto de Leguina una analogía aún más inquietante. "¿Por qué no aceptamos la verdad de una puñetera vez?", escribe Leguina, sin duda interpelando a quienes postulan que la nuestra fue una guerra de buenos contra malos. "La inmensa mayoría de la derecha española renegó de la democracia durante la República y, desde luego, durante la guerra... Pero es que la izquierda, en gran parte, hizo lo mismo, tomando la deriva revolucionaria". La afirmación no es inquietante por lo que dice, sino por lo que presupone: no solo que en los dos bandos se cometieron atrocidades (cosa obviamente cierta), ni que una parte de los republicanos no creía en la democracia (cosa asimismo cierta), sino que los dos bandos contribuyeron por igual a la destrucción de la democracia y que por tanto comparten por igual la responsabilidad política de la guerra. Si esa es la puñetera verdad que Leguina nos pide que aceptemos, yo puedo decirle por qué no la aceptamos: porque es una puñetera mentira. Y además una mentira peligrosa, dado que atañe a un problema esencial de nuestra relación con el pasado reciente y, en esa medida, también al presente.

Me explicaré contando una historia: la historia del héroe de mi familia. Pónganle ustedes a la palabra héroe todas las comillas que quieran: mi madre, que era una niña cuando todo ocurrió, no le pone ninguna. El protagonista se llama Manuel Mena, era tío carnal de mi madre y pertenecía a una familia católica de pequeños propietarios rurales extremeños. Cuando estalló la guerra, Manuel Mena contaba 16 años. Exaltado por las arengas falangistas, de inmediato intentó alistarse en el ejército de Franco; no lo consiguió, pero en los meses siguientes volvió a intentarlo varias veces. Por fin, al cumplir la edad reglamentaria, pudo incorporarse a filas. Manuel Mena peleó en la Ciudad Universitaria de Madrid y en Teruel, se distinguió por su arrojo en diversos combates, ascendió fulgurantemente, y en octubre de 1938, con apenas 19 años, había alcanzado el grado de alférez. Una mañana de ese mes, cuando estaba a punto de cruzar el Ebro al mando de su unidad, una bala perdida le perforó el estómago; murió el mismo día, mientras lo trasladaban a lomos de un mulo a un hospital de la retaguardia. Siempre que recuerda a Manuel Mena, mi madre lo recuerda de permiso en el pueblo, enfundado en su uniforme blanco de los Tiradores de Ifni, bailando o paseando con sus amigas, aureolado por su prestigio romántico de guerrero, y sobre todo recuerda que, cada vez que partía de nuevo hacia el frente, su madre le despedía entre lágrimas. "Madre, no seas cobarde", eran siempre las palabras de despedida del soldado. "Si me matan, que nadie te vea llorar". Y el día en que le llevaron el cadáver de su hijo, la madre de Manuel Mena no lloró; en medio del silencio de la multitud que rodeaba el féretro, solo alcanzó a hacer un débil saludo fascista y a decir con el hilo de voz que le salió de las entrañas: "¡Arriba España, hijo mío!".

Esa es la historia, o esa es al menos tal y como la recuerda mi madre. Sea como sea, nadie tiene derecho a poner en duda la integridad moral de Manuel Mena, la generosidad de su idealismo y la pureza de sus intenciones: nadie puede dudar de que fue a la guerra porque, cuando todavía era un chaval, le convencieron de que su familia, su patria y su religión estaban en peligro, y de que merecía la pena morir por ellas; nadie, claro está, excepto quienes se resignan a no entender una palabra del funcionamiento de la historia y de los hombres, y por lo tanto no aceptan la evidencia de que el fascismo, igual que el comunismo, fue para muchos una forma subyugante de idealismo, un ensayo de bajar el cielo a la tierra, ni la evidencia complementaria de que los peores infiernos de la historia también se han fabricado con las mejores intenciones. Pero, si desde el punto de vista moral nada indica que Manuel Mena se equivocase, desde el punto de vista político no hay duda de que lo hizo: aunque harto más imperfecta que la actual, la II República era una democracia tan legítima como la actual, y Manuel Mena respaldó con las armas un golpe de Estado contra ella. Esa es la cuestión: Manuel Mena tal vez acertó moralmente, pero no políticamente. Y, como él, tantos otros. Por eso es falso que los dos bandos contribuyeran por igual a la destrucción de la democracia y que compartan por igual la responsabilidad política de la guerra: los responsables políticos de la guerra fueron quienes dieron un golpe de Estado contra la legalidad republicana, no los que la defendieron. Es verdad que muchos de los que defendieron la II República no creían en la democracia, como dice Leguina; pero el hecho es que defendieron un régimen democrático. Todo lo cual significa que desde el punto de vista político la Guerra Civil sí fue, contra lo que predica un cliché tramposamente ecuánime, una guerra de buenos contra malos: como en casi todas las guerras, en la nuestra no hubo un bando moralmente del todo bueno y un bando moralmente del todo malo, pero sí hubo, como en tantas otras guerras, un bando políticamente bueno y un bando políticamente malo, un bando que defendió la legalidad democrática y un bando que la destruyó; salvando las distancias, es algo semejante a lo que ocurre ahora mismo en el País Vasco: si juzgamos allí una aberración la equidistancia política entre los terroristas y los que no lo son y no tenemos ninguna duda de que hay buenos y malos y de que políticamente los buenos son quienes defienden el sistema democrático -aunque crearan los GAL- y los malos son quienes lo atacan -aunque alguno sea tan idealista como Manuel Mena-, ¿por qué en cambio tantos defienden la equidistancia y afirman que no hay buenos y malos cuando se trata de la II República, que es el único precedente posible de la democracia actual?

Porque eso es lo puñetero y lo peligroso de este asunto: que no estamos hablando del pasado, sino de la relación del presente con el pasado; es decir, del fundamento histórico de nuestro sistema democrático. Por supuesto, solo quien no sabe lo que fue el franquismo puede decir que la actual derecha española es franquista; pero esa derecha comete un serio error al no cortar del todo el cordón umbilical que todavía la une al franquismo y no buscar sus raíces y las raíces de la democracia en la democracia que destruyó el franquismo.

No hay democracia sólida que no esté basada en un acuerdo mínimo acerca de su origen histórico; la nuestra no lo está, sobre todo porque gran parte de la derecha -y al parecer ahora también una parte de la izquierda- no acaba de asumir que sus orígenes no pueden hallarse en ninguna mistificación justificatoria de una dictadura. Me pregunto si no lo asume porque está atrapada en un malentendido: porque cree que lo que se le exige es que renuncie moral y políticamente a los suyos, es decir, porque cree que, además de reconocer que los suyos estaban políticamente equivocados, debe reconocer que todos eran moralmente abyectos. No es así: lo único que se le debe exigir a la derecha es que en este caso distinga entre moral y política, y que, sin quitarles necesariamente la razón moral a sus antepasados, les quite la razón política.

En cuanto a mí, no sé si, como mi madre cree, Manuel Mena fue un héroe, quiero decir un héroe moral, pero lo cierto es que yo nunca me he avergonzado de él; ahora bien, estoy seguro de que políticamente fue un villano. Esa es la verdad, mamá. La puñetera verdad.

4 comentarios:

  1. Hola Javier,
    mi padre también fue un héroe, pero a diferencia de su tío nunca llegó a matar y estuvo a punto de ser asesinado en distintas ocasiones, aunque no me extenderé en esto. Cuando estalló el golpe militar tenia 17 años y trabajaba en un pueblo que distaba del suyo unos 50 km. Los padres inquietos lo mandaron llamar, y él acudió a su mandado regresando a pie. Por el camino se encontró con algunas de las víctimas del alzamiento; cadáveres de campesinos desarmados asesinados por falangistas limpiadores (de hacer limpieza). En aquellos cadáveres reconoció a vecinos, a gentes de bien, que quedaron supuestamente protegidos en la retaguardia del frente por el ejercito fascista (un calificativo que ahora suena mal, pero entonces y muchos años después fue elogioso) Aquella retaguardia era la parte occidental de Zaragoza. Una retaguardia a la que la guerra llegó únicamente en forma de asesinatos, hambre, revanchas, humillaciones... Me pregunto cómo ganaron las medallas "los héroes" de aquel ejercito sanguinario y genocida, pero si lo hicieron como las protegen ahora sus descendientes (aunque solo sean ideológicos) creo que el honor les interesaba bastante menos que el botín y la sangre, solo era la escusa de los infames.

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  2. Estoy contigo, en especial en tu última reflexión, el honor junto con la patria y la religión ha sido la excusa más utilizada para llevar a cabo las mayores matanzas nunca vistas. No está de mas recordar que la infame iglesia denominó la sublevación como cruzada.

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  3. Leguina ha vuelto a publicar una burrada (http://www.elpais.com/articulo/opinion/vuelta/burra/trigo/elpepiopi/20100610elpepiopi_9/Tes). Es triste y desesperante que un ejemplar como él de cobertura al partido que sigue incluyendo la flor y nata de los nostálgicos de la dictadura y que claramente amparan la memoria y botín de los genocidas ¡que asco!

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  4. Leo con sorpresa el cabecero de este blog y observo con sumo estupor como ustedes utilizan la palabra injusto con ligereza.
    Me gustaría saber cuantos de ustedes que tan alarmados salen a las calles, claman por las víctimas del fascismo, son unos abogados de tan inmensa reputación como los que componen el Tribunal Supremo.
    Que sepan ustedes, que esa injusticia consiste en vulnerar de modo claro la Constitución, sí, ese librito que usan como pelota para jugar cuando no les conviene lo que dice y animan a revocar, ya que el señor Garzón se lanzó como adalid de la Justicia en pos de delincuentes, de asesinos, pero que en 1978 todos acordamos dejar como parte del pasado mediante la ley de Amnistía. Con esa ley que ustedes desdeñan se logró, entre otras cosas, asentar la democracia que ustedes hoy disfrutan al igual que yo e impedir que los sectores golpistas se lanzaran a las calles por miedo a ser perseguidos. Pero eso a quien le importa. Lo único que ustedes anhelan es seguir luchando contra fantasmas, seguir esgrimiendo que la derecha es la hija del fascismo y que todo aquel que no apoye a Garzón es un franquista.
    No por ello niego el derecho de las víctimas del franquismo a encontrar a sus familiares, hecho por el que hemos de trabajar todos juntos e instar a que el Estado financie esta búsqueda para que como demócratas podamos resarcir a nuestros compatriotas, pero no por ello hemos de abrir heridas ya cerradas y cicatrizadas.
    Aparte, he de recordarles que Garzón puede ser imputado por otras dos causas, como son la vulneración del derecho de los presos a hablar libremente con sus abogados sin ser espiados, no siendo estos presos terroristas ni traficantes, y siendo la otra causa el cierre de una causa contra el Santander de modo sospechoso tras haber recibido una subvencion de dicho banco para dar unos cursos en Estados Unidos.
    Sin más, decirles que aunque debamos de admirar a Garzón por su lucha contra el terrorismo, el narcotráfico y los corruptos de toda índole, y debiendo reconocerle y premiarle por ello, no podemos olvidarnos del Estado de Derecho donde es igual nuestros antiguos logros, ya que todos somos iguales ante la ley, y si hemos delinquido, hemos de pagar por ello.
    Saludos

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